Sálvese Quien Pueda. Busdongo- Puebla de Lilo
Siguiendo con las publicaciones que voy espaciando semana a semana en esta sección, hoy tocaría la 6ª Etapa que la Travesía Integral de la Cordillera Cantábrica que en 1991 hicimos una serie de bikers residentes en Asturias, y que marcó todo un acontecer en cuanto a las grandes rutas en Asturias y en concreto por los entornos de la Cordillera Cantábrica.
VG
Atravesar en toda su dimensión el eje de la Cordillera Cantábrica a lomos de los nuevos “pegasos”: las Bicicleta Todo Terreno, a veces trae como consecuencia que no se puedan realizar paradas intermedias, o realizar acortamientos de etapas, pues se corre el riesgo de quedar en medio de la nada más absoluta. Lo cual nos obligó a realizar, una de las rutas más duras de toda la travesía en longitud y desnivel. Eso fue lo que nos deparó una etapa que empezaba en Busdongo y arribaba, después de mucho pedalear, hasta la Puebla de Lillo, por el medio del itinerario territorios como Pidrafita o Vegarada, eran la prueba más palpable de la dureza de esta ruta.
- Tipo de Ruta: Travesía
- Punto de Salida: Busdongo (León)
- Punto de Llegada: Puebla de Lillo (León)
- Puntos del recorrido: Cda. Aguazones- Pto. de Piedrahita- Río Aller- Pto. de Vegarada- Estación de San Isidro
- Longitud: 52Km
- Desnivel aproximado 2.150 mts.
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Horario: 12 horas.
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Sí bien nuestra maquinaria logística: el vehículo de apoyo y los conductores que cada día, uno de nosotros, se alternaba para conducir no desprendía signos de cansancio, no ocurría lo mismo con los miembros del equipo que habíamos emprendido la aventura de atravesar en toda su dimensión la Cordillera Cantábrica, empezábamos a sentir la pesadez muscular y los problemas típicos de afrontar etapas de gran dureza.
El ritmo no era de competición, pues eran cadencias muy bajas, aunque rodar en pleno agosto, sin masajista que recuperara nuestros músculos al final de las rutas, y sin unas comidas estructuradas en función de nuestras demandas energéticas, sino proveyéndonos de lo que nos podía ofrecer las gastronomía local, unido a una diversidad de terrenos y orografías como la que ofrece la Cordillera, eran ingredientes más que suficientes para que nos costase movernos en las primeras horas de las etapas al menos con alegría encima de nuestras duras trotonas.
Salimos desde Busdongo, situado en las cercanías del mítico Puerto de Pajares, no sin antes mirar hacia la frontera astur leonesa, pues sabíamos que unas cuantas pedaladas y en un santiamén en Mieres y de ahí a casa un pis-pas. Pero algo nos decía que estábamos ya en la línea de cumplir nuestro objetivo, o sea que sin dudarlo más nos echamos carretera abajo dirección Sur, camino del desvío de Camplongo.
Un descenso agradable, tal vez algo enturbiado por una mañana amenazante de lluvia, nos dejó a la altura del citado desvío, doblamos a la izda, y nos metimos por el carretil embreado que va en busca del nuevo cruce que marca el Cueto de Restiello, a esa altura nosotros seguimos por el ramal de la derecha que va al pueblo de Tonín, dejando Pendilla y la Vía La Carisa, para mejor ocasión.
Como el tortuoso ejército del general Carisio en su avanzada por estas tierras, fuimos dejando el amable paisaje antropizado de Tonín para ir remontando la riega del mismo nombre, en cotidiana pelea con la vegetación que va devorando las antiguas vías de de colonización romana y de trasiego trashumante.
La dirección a tomar es seguir por el sendero que va hacia el Pico del Cuadro, o sea continuar a lo largo de la riega que nos deja a buena altura para después doblar hacia el Oeste y así poder cruzar por la collada, que hace el Pico de Aguazones. Esa era la idea, pero el mal tiempo se echa encima, y decidimos alcanzar el collado en franca pendiente, remontando ésta en vía directa al collado con nuestras bicicletas al hombro, alguno a estas alturas se había amañado algún intríngulis para adosar la BTT a la mochila. De esta guisa subimos pendiente arriba hasta ganar los 2000 mts de altitud.
El tiempo empeoraba, y una fina lluvia nos hizo plegar unos momentos bajo los escarpes del Aguazones a la espera de cómo se iba quedando el temporal. La temperatura a esa altitud no hacía nada más que descender y amenazaba con impregnarnos de una fina capa de granizo estival. Hubo dudas a cerca de la conveniencia de dar la vuelta y concluir en este punto, o continuar rumbo Oeste hacia el Puerto de Piedrahita.
Un rayo de sol que asomaba allá a los lejos, nos dio la excusa para desembarazarnos de las ropas de agua y emprender toda una bajada trialera por lo que creíamos era el cordal del Hilo del Puerto, la niebla no permitía muchos acertijos, pero en la bajada fuimos acombayando como pudimos la ruta camino de Piedrahita.
Era una parte del recorrido desconocida para mí, y me asombró al llegar al Puerto de Piedrahita (1.755 mts. altt) encontrar una vieja infraestructura vial, como ésta antigua carretera que data de 1926, hoy en pleno abandono y que en su día intentaba comunicar la zona leonesa de los Argüellos con Asturias. Poco nos entretuvimos en la contemplación de la obra, unas pocas fotos, pues realizar cualquier maniobra aparte de pedalear era todo un suplicio y nos preparamos para seguir ruta.
Desde lo alto del puerto nos echamos valle abajo por las Colladas de Rocín y de Campanal hacia las llanadas del Cantu Posadoiro. Una bajada disfrutona, donde hicimos mil y un cabriolas, (para mí que fue la bajada que más he disfrutado en mil vida), huíamos del frío y la bajada por zonas de lajas pizarrosas permitían muchas diabluras con la vieja Giant-Bronco, bicicleta ideal para este tipo de terrenos. De esta guisa llegamos a Llamanzanes, y luego a la La Paraya, donde giramos en busca, ya con mejor tiempo, de las altas cumbres del Puerto de Vegarada, antes un largo tentempié en Río Ayer, con sus cabronas rampas que destrozan cualquier desarrollo y pierna poco entrenada o fatigada.
La remontada desde los 1000 metros altt. Del pueblo de Río Aller, hasta los 1.560 de Vegarada, fue un martirio que celebrábamos cuando el personal pinchaba, cosa muy frecuente pues las BTT ya acusaban el hecho de haber rodado tantos días por el medio de la vegetación más espinosa de cotoyas y brezos, y claro las pequeñas esquirlas ahora lograban su fruto al dejar en llanta nuestras ruedas.Como digo cada pinchazo era fiesta y una excusa para que todo el grupeto echara pie a tierra y contemplara con extasiada calma el quehacer de reparador del ciclista de turno.
Poco a poco, el puerto dejó que devorásemos sus largas pendientes a base de emplearnos a fondo metiendo las “paelleras”. Emprendimos así las últimas rampas más suaves y que dan vista al valle del Curueño, de amplios y verdes praderías, con ardor guerrero. Fue toda una alegría llegar hasta la Venta de Vegarada, lugar además donde el compañero que en esta ocasión hacía de conductor nos rellenó de abundante avituallamiento, pues aún quedaba remontar a lo alto de la Estación de San Isidro.
Seguimos por la amplia pista asfaltada, dando pedales a mansalva y con las mochilas de ataque en ristre, pues nos habíamos olvidado de dejarlas a buen recaudo en el vehículo de apoyo. Así equipados afrontamos el ascenso de la pista de Riopinos. En cada revuelta se amontona gran cantidad de arena de sílice que se tragaba literalmente nuestras ruedas, logrando inmovilizarnos en un precario equilibrio que daba la mayor parte de las veces con nuestros doloridos músculos en el suelo.
El ascenso pudo no con la moral del equipo, pero sí con las menguadas fuerzas que nos quedan, lo cual hizo que algunos echaran pie a tierra, en cambio otros optamos por pegarnos con la arena y la pendiente en un titánico esfuerzo que nos dejó casi exhaustos, aunque vimos cumplido nuestro arranque cuando coronamos Cebolledo.
El sol a esa hora lucía tibiamente, aunque hacía frío, una paciente espera por el resto del equipo que subía con parsimoniosa tranquilidad por la pista de Riopinos, nos permitía vislumbrar el panorama que se nos hacía inmenso, y la soledad de la zona invitaba a su contemplación.
Ya todos juntos, y tras la obligada foto, pues una vez más habíamos superado un buen desnivel, nos calamos mejor los guantes, ajustamos casco y ataduras y nos echamos Cebolledo abajo, como a quien persigue el diablo. El cambio trasero era incapaz de recoger la cadena que chicleada a pesar de tirar por un 50 x13, o en algunos casos por un 52 x13 ó 12, como algunos llevaban; los chinarros a nuestro paso saltaban que daban gusto, lo cual hacía que dejásemos distancia entre uno y otro ciclista, tanta era la velocidad que alguno no fue capaz de tomar la desviación hacia Requejines. Donde ya la alegría de la bajada dejó paso al disfrutón sendero que se abre paso a través de las pr5aderías que envuelven la riega Respina, donde dimos más de una vuelta buscando el itinerario más adecuado.
Fue un bonito atardecer por el medio del jeroglífico arbustito de los brezos, que poco a poco nos permitieron bajar hasta la pista que va hacia la Peña del Águila, tras la cual se esconde Puebla de Lillo, punto final de esta etapa.
Víctor Guerra García